domingo, 27 de enero de 2013

Rural y Modernidad / Miguel del Rey




Tras la relectura de la ponencia podemos decir que el problema sigue estando completamente vigente en el caso de la ciudad de Valencia, quizás la diferencia es la pérdida de posibilidades para ese posible dialogo fecundo entre ciudad y territorio, dadas las políticas seguidas y la ética y estética de nuestros dirigentes. 

Ponencia dictada en el Curso “Arte y pensamiento entorno al Jardín” Curso de Verano de la Universidad de Alicante-Finestrat-2002. Publicado en "Lugares", 2005

 El paisaje se ha convertido en objeto de particular interés en nuestra civilización ya que vivimos en él y por ello mismo lo definimos y construimos; participamos de sus transformaciones e incluso su propia definición se encuentran en el centro de polémicas y estudios de todo tipo. ¿Cómo entendemos el paisaje? Qué posición tomamos frente al paisaje rural y a las distintas naturalezas artificiales que hemos construido a lo largo de siglos en nuestro territorio hasta confundirlas en muchos casos con la propia naturaleza. ¿Quedamos impasibles ante la devastación del paisaje existente en aras a las necesarias transformaciones que implica la civilización contemporánea? ¿Observamos el paisaje fríamente como la materialización de la siempre compleja relación entre cultura y naturaleza? ¿O más bien lo incluimos en el catálogo de bienes patrimoniales sobre los cuales incide cierto control e incluso preservación, a pesar de que ello en cualquier caso implique una cierta congelación de los parámetros que lo definen y en parte un aumento del gasto social?

Las anteriores cuestiones implican una cierta actitud crítica y preocupada al observar grandes transformaciones en el territorio y que dada la capacidad técnica que poseemos, pueden producir cambios, y de hecho ya se están produciendo, en los cuales se rompa una estructura formal consolidada a lo largo de siglos. El tema se puede observar desde muy diversos puntos de vista, uno de ellos, el medioambiental, el de la búsqueda de un equilibrio capaz de seguir manteniendo unos parámetros de habitabilidad mínimos, ha disparado muchas alarmas desde lecturas locales a planetarias, pero existen otras facetas en las cuales ahondar en este tema a la vez difícil y atractivo.

Nuestro interés se centra en este caso en un problema que podríamos considerar de forma, entendido como parte de los grandes problemas importantes en nuestra sociedad; Un problema de forma y escala, de permanencia de memoria, que se sitúa en ese equilibrio siempre difícil entre rural y urbano, y en particular en el papel que representa este binomio en la nueva estructura metropolitana en la que de hecho vivimos en nuestro territorio. Unas relaciones complejas que afectan  en nuestro territorio a un paisaje rural de gran calidad en muchos aspectos. Un paisaje que ha representado para muchas generaciones de ciudadanos la materialización de ese vínculo perdido con la tierra, y que aún, a pesar de la pérdida de protagonismo económico de los sectores agrarios, es objeto de gran interés desde muchas perspectivas de nuestra sociedad, tanto económicas, como el caso del turismo, a ambientales e incluso hasta las meramente evocativas.

Las complejas relaciones entre cultura y civilización.-

En nuestra sociedad subsisten maneras distintas de entender la relación con la naturaleza, y en ello juega un papel importante la actitud frente al paisaje rural. A partir de estas maneras de entender la relación con la tierra se estructuran actitudes e ideologías que abarcan, desde la añoranza del campo, muchas veces idílica y descafeinada que los habitantes de las ciudades guardan para los fines de semana, hasta posiciones mas radicales, como las de los movimientos de las distintas ideologías verdes en las cuales se esta configurando en parte la izquierda europea, hasta alternativas políticas que se centran en nacionalismos mas o menos excluyentes y que ven el la tierra lo atávico, aquello que les une e identifica, o todo lo contrario, posturas que claman por la mas cruda desvinculación de la memoria histórica, dejando campo ancho a cualquier transformación en aras de la civilización contemporánea.
Las distintas alternativas nos sitúan frente a la necesidad de definir la diferencia entre cultura y civilización para poder acercarnos a ámbitos y escalas distintas, para observar que papel juega en cada caso el paisaje rural.

En principio podemos distinguir un ámbito, el de la cultura, en el cual incluimos lo que es propio de un grupo, de una sociedad mas o menos acotada, que vuelve la mirada a la tierra buscando esos vínculos perdidos del individuo con la naturaleza. Tradición, lengua, cultura culinaria, fiestas, etc, son manifestaciones de este mundo de la patria chica. Lo rural en este caso es paradigma de la cultura, pues nos acerca a los orígenes, a los ancestros.

El segundo de ámbitos lo constituye la civilización, vinculada al pensamiento de los pueblos y las relaciones entre sociedades, siendo su escenario la ciudad y su escala las naciones, los grandes territorios, como dice F dal Co (1); unos hombres cada vez mas alejados de la tierra, pero cada vez la libres de su propio destino, donde la amnesia se transforma en una fuerza fecunda frente a la atadura inmovilista de la memoria o de la presión social.

Cultura y civilización son ámbitos diferentes en escalas y en su vinculación con la naturaleza. Conceptos que albergan de alguna manera esa antítesis que existe entre lo rural y lo urbano.

En sociedades como la nuestra conviven ambas visiones. Creo incluso que son complementarias y ambas fecundas e interesantes, pero el equilibrio entre  ellas nos lleva en ocasiones a situaciones difíciles de entender. Así vemos como mucha gente para identificarse como grupo utiliza aquello que es “nuestro”, como afirman, y que en muchos casos se trata de iconos procedentes de la cultura rural, a partir de los cuales pretende invocar relaciones el origen de las cosas y conseguir la identificación deseada -nos es conocido el interés por el nombre y la imagen del riurau, la barraca, la masía, la alquería, etc.- ;pero a la vez, estas mismas personas asisten sin rubor a la constante masacre de esta cultura, en sus objetos, arquitectura y paisajes. Su desaparición, sus amputaciones parciales y sistemáticas, son fácilmente justificables y comprensibles en aras de la civilización y el desarrollo. Podemos pues observar unas particulares relaciones de amor-odio en esas relaciones entre cultura y civilización que se materializan en muchos casos en las relaciones entre rural y urbano.

El paisaje rural ofrece la escala y el ritmo en el que se da la cultura, es el resultado de su compromiso con la naturaleza. La civilización domina la metrópoli, anulando cualquier lógica de la tierra y sustituyéndola por su propia lógica, una lógica de escala distinta, en la cual priva la relación entre estados, entre economías interregionales, como hemos podido ver recientemente en polémicas sangrantes por ejemplo en la ciudad de Valencia: en caso de la huerta de Campanar, un trozo de tierra cargado de historia y de cultura, y su desaparición en aras a una suburbio anodino e inculto. O en el la huerta de La Punta, un área con interés ambiental, amputada en aras de la ampliación de un puerto cuya estrategia está mas allá de la propia ciudad. Pero también podemos entender el interés de las ciudades por construir infraestructuras que las aproximen a otras ciudades muy alejadas por medio de pasillos específicos: autopistas, vías de alta velocidad, aeropuertos, etc, o resolver el problema de abastecimiento energético y trazar las líneas por donde circule esa energía necesaria para su existencia, utilizando para ello redes y trazados que inciden fuertemente sobre un territorio que en muchos casos no es capaz de asumir esos cambios brutales de escala y pierde su lógica.

Hace una temporada Luis Fernández Galiano (2) escribía un artículo en el cual contraponía a la Ley del Suelo, que entendía como la de la civilización, una necesaria Ley de la Tierra; “aquella que aporta la lógica del territorio, que se apoya en los valores que nos ofrece la tierra”, valores de muy diverso orden y que pueden englobar desde aspectos geográficos, a monumentales, históricos, plásticos, etc.

Rural y urbano, un equilibrio frágil y en continua transformación.-

            Siempre ha existido una particular relación entre rural y urbano, y considero que ambas siguen siendo expresiones complementarias en lo contemporáneo, quizás ahora desde perspectivas distintas. Entre ellas ha existido un equilibrio frágil  y cambiante a través del cual se ha ido construyendo nuestro territorio una red espacial compuesta de campos y ciudades. Donde los intersticios entre ciudades han sido espacios densos en cultura y no ajenos a una transformación también radical de la naturaleza, a través de la cual se han sangrado y reconducido ríos, se han parcelado y roturado campos, desecado pantanos y construido caminos y veredas ajustadas a determinadas escalas y necesidades.

Si ampliamos la mirada y observamos el devenir de los territorios en nuestra civilización occidental, vemos como se mantiene este equilibrio frágil en el que en distintas etapas se van sucediendo esas relaciones cambiantes y complementarias. Ya en origen la ciudades nacieron como antítesis a la propia naturaleza a la que sustituyen a través de un proceso imparable y acelerado que ha generado un nuevo mundo de donde proviene lo cívico, lo civil. La ciudad aparece como invención humana de un universo lógico, se convierte en el centro de un nuevo universo formal y de relaciones personales, productivas, económicas y espaciales inventado por la mente humana y materializado en cada momento por una determinada forma urbana. Pero de la misma manera aparece lo agrario, que también se diferencia de la propia naturaleza, aunque eso sí, mantiene con ella el vinculo de lo próximo, de hurgar en sus entrañas para sacar sus productos. La colonización georgiana constituye ya en sus orígenes la base que expande la civilización a todo el territorio, como nos presentó en su momento esa romanización del mundo antiguo. Campo y ciudad, o de alguna manera villa y ciudad, son formas complementarias y en equilibrio, que construyen nuestra civilización con oscilaciones y ajustes a lo largo de 2.500 años.

El equilibrio adquiere formas muy diversas en el tiempo. Pero la irrupción del concepto de paisaje y el pensamiento que se genera entorno al mismo transforma las relaciones con la naturaleza e incide en nuevos conceptos sobre la idea de ciudad. Ello, unido a la consolidación de una realidad, el desarrollo técnico e industrial, la aparición de la nueva ciudad-territorio, la metrópoli en la cual habitamos ya en el territorio valenciano, nos presenta aún nuevos retos.

Las visiones del paisaje.-

El romanticismo y la presencia que lo pintoresco adquiere en el pensamiento de la época, dan como sabemos un vigor singular a la idea de paisaje. Sus apreciaciones, y las interpretaciones que aparecen a lo largo del tiempo, abren nuevos matices, nuevas miradas, y nos sitúan en una perspectiva que podemos entender como moderna. Estas apreciaciones incidirán en el devenir  de las relaciones entre ciudad y territorio, en las relaciones que mantenemos con la naturaleza y en la apreciación del valor del propio paisaje.

En la definición moderna de la idea de paisaje incide la transformación del concepto de belleza, que abandona los modelos canónicos y se centra en la naturaleza misma y en las formas de aproximación a ella. Así, podemos encontrar en principio un interés por el paisaje y lo paisajístico como fuente de conocimiento,  a través de una “.....observación fiel, sencilla y ordenada” (3) de la naturaleza para poder entenderla, dominarla e incluso explotarla; cuestiones entre las cuales podemos aún encontrar aspectos del pensamiento fisiocrático.

La pintura de ánimo, la mirada subjetiva y libre del artista, nos ofrecerá nuevas experiencias, como podemos ver en los comentarios de Carl G. Carus (4) sobre sus experiencias en las excursiones pictóricas con Gaspar D. Friedrich: “Conservo en mi carpeta juntos los limpios dibujos a lápiz que ambos, uno al lado de otro, llevamos a cabo fidedignamente de una graciosa cruz de hierro asediada por vientos rudos del cementerio de Priesnitz, cerca de Dresde. Y cualquiera que los contemple reconocerá dos dibujos del todo distintos, aunque con el mismo objeto, por mucho que no nos empeñáramos para nada en una apreciación ideal, sino en una absolutamente fiel al natural”.

La mirada subjetiva incide en dos aspectos: uno haría referencia a la capacidad regeneradora, e incluso terapéutica, que la visión de la naturaleza ofrece en el individuo, incidiendo en temas donde observar la magnificencia de  los lugares más grandiosos y incontaminados, pero a la vez ofreciéndonos imágenes de la grandiosidad de sus fenómenos desatados frente a la impotencia del hombre en dominarlos.

El segundo de los aspectos nos sitúa frente a la crónica social que nos puede ofrecer el paisaje entendido ya de una manera muy actual, como compromiso entre cultura y naturaleza. De ahí el interés por la crónica social, por el realismo crítico, por las naturalezas artificiales, por el humo de las maquinas e incluso de un cierto costumbrismo.

Observamos con ello nuevas inquietudes que de alguna manera incidirán de particular manera en una visión moderna del paisaje, que si bien en un principio solo veremos en determinados campos del arte, mas tarde se extenderán a cualquier otra expresión artística, y en particular la podemos encontrar en los jardines, los parques y por extensión en la propia idea de ciudad, incluso en la propia idea de territorio en las sociedades avanzadas.

La metrópoli contemporánea.-

La transformación de la ciudad contemporánea en nuestro territorio y las formas y dimensiones que esta adquiere, nos obligan a replantearnos las tradicionales relaciones entre ciudad y territorio y por lo tanto entre rural y urbano. En esta transformación está presente la ideología dominante, un positivismo  y  un liberalismo a ultranza y que choca con una serie de afinidades que toman cuerpo en determinados movimientos ciudadanos y de ideologías en formación o en transformación, las cuales implican una revisión del valor del propio paisaje; revisión que en parte bebe en las aguas de las cuestiones que anteriormente hemos visto.

Valencia se ha transformado en metrópoli, en estructura amplia y territorial, polinuclear, abierta, donde se alternan sectores de producción muy distintos y cuyos mercados están fuera de su propio territorio. Se define como un espacio con amplitud suficiente como para permitir modos de vida diferentes y donde la presión social de la tradición y de las costumbres de una cultura estable ha desaparecido sustituida por formas distintas de cultura y donde conviven diferentes etnias. Nuestras ciudades son territorios que engloban áreas rurales y urbanas y donde es difícil separar lo rural de urbano, ya que ambas se funden en una nueva realidad en la que podemos señalar algunas cualidades:

-                Una costa y un sur muy poblado y denso, frente a un interior en las provincias de Valencia y Castellón menos denso.

-                La perdida de interés productivo de la agricultura y el abandono del mundo rural como área económica y cultural, para convertirse en lugar de trabajo complementario, a tiempo parcial; tomando interés como materia prima para la especulación  del suelo desde la lógica de lo urbano. También como espacio de ocio y disfrute de unos ciudadanos con pautas urbanas de comportamiento; y también, como áreas acotadas de interés natural, medioambiental o botánico.

-                Una dislexia en la situación de hecho y la de derecho, ya que se está viviendo en una metrópoli y se actúa desde la lógica de los intereses particulares de los municipios aislados que la forman, creando situaciones absurdas y donde el paisaje y territorio no se entiende de manera global, sino fragmentado por líneas imaginarias y totalmente arbitrarias respecto a la lógica  de lo general.


El acercarnos a esta nueva ciudad implica asumir que nos encontramos con una realidad compleja formada por sobre todo núcleos históricos, áreas residenciales poco densas, pequeños núcleos mas densificados, incluso áreas de servicios especializadas, autopistas urbanas, parques naturales, naturalezas artificiales, y también fragmentos coherentes de espacios rurales, parques periurbanos, etc. A todo ese conjunto le llamamos ciudad. Es nuestra ciudad contemporánea, que podemos resumir someramente en 6 u 7 conurbaciones: La Plana (Oropesa-Borriol-Nules), L´Horta-Valencia (Sagunto-Lliria-Sueca), La Safor y Las Marinas, Alicante-Elx-Santa Pola, Elda-Pretel, Alcoy-Xativa-Ontinyent. Todas ellas, con particularidades muy distintas, incluyen dentro de sí grandes áreas de suelo rural con valores económicos, paisajísticos, ambientales, etc, que en su consolidación obligan a transformar el paisaje, encontrándonos con la tesitura de su valoración en aras a perderlo, a conservarlo, a transformarlo. Cuestiones que tienen una significación particular para grandes grupos de población, que implican un coste económico y social, y que nos sitúan frente a cuestiones de forma y conceptos muy diversos si lo valoramos de una o de otra manera.

En la actualidad en nuestras ciudades y tras largos debates y mucho tiempo de por medio, se ha entendido y asumido por prácticamente todas las fuerzas sociales la importancia de conservar los núcleos históricos, de valorar un patrimonio arquitectónico, etc. Son valores que provienen de una cultura urbana y que están si no resueltos, si en vías de solución en muchos casos. En la nueva metrópoli no ocurre lo mismo con todo el patrimonio que nos ha llegado de la cultura rural, la ciudad le ha prestado muy poca importancia. Las grandes áreas rurales que quedan englobadas por la metrópoli son generalmente arrasadas y sobre ellas se aplica un proceso de borrado de huellas para edificar una nueva realidad, no mejor que aquella que podrían ofrecernos las formas y la lógica de un territorio construido durante siglos; así el paisaje agrario, la cultura rural, sus manifestaciones patrimoniales, son infravaloradas y destruidas, aisladas y fragmentadas hasta perder su lógica en el propio territorio.

La metrópoli y las lecturas diversas desde lo rural.-

La construcción de las nuevas ciudades territorio nos hace volver a pensar sobre cuál debe ser el papel de lo rural, si es que entendemos que su cultura tiene cierto valor en nuestra sociedad; si nos interesa conservar la posibilidad de volver la mirada y acercarnos en determinados momentos a cómo eran y que forma adquirieron aquellas relaciones perdidas con la tierra que protagonizaron una determinada cultura.

Aparecen nuevas lecturas de aquellas cuestiones que nos planteaba el romanticismo. Seguimos interesados en la capacidad terapéutica que sobre el individuo ofrece la visión y la propia experiencia de la naturaleza. Nos interesa por ello conservar fragmentos de naturaleza en equilibrio, de ahí el interés por los parques naturales que nos permitan observar la naturaleza en equilibrio,  ser conscientes de su grandiosidad: de ahí también el interés por la ausencia de contaminación lumínica de uno de los paisajes mas grandiosos, el del cielo observado por los ciudadanos desde sus calles y viviendas, el del mar no contaminado, el de las montañas con sus crestas sin molinos de energía eléctrica. Pero no nos interesa solo evocarlo en imágenes, es necesario conservarlo directamente porque la realidad nos obliga a defenderlo o perderlo para siempre.

Otro de los aspectos sería el de crónica social, no tanto en el sentido de museizar un territorio, sino mas bien si es posible ofrecer posibilidades para que siga en funcionamiento como espacio económico rural englobado en una realidad mas amplia, la de la metrópoli, para lo cual se debería incluso apoyar y subvencionar de alguna manera esta actividad y modo de vida para conseguir como contrapartida la existencia de espacios esponjados dentro de la macrociudad y estructuras a la manera de parques periurbanos que evitaran la creación de nuevos parques para equilibrar los estandares urbanísticos.  Si esto no es posible siempre podemos mantener la huella, la permanencia de la memoria para el ciudadano no pierda la posibilidad de volver la mirada y alimentar una nostalgia que no debe ser entendida como sentimiento enfermizo,  lo cual se supera con lecturas como las de H. Hesse (5), transformándolo en factor fecundo como él hizo en literatura con aquella imagen, la de su pequeño pueblo natal, “no es necesario que la describa, ya lo he hecho en casi todo los libros que he escrito; por lo demás no hubiera tenido nunca necesidad de escribirlos si me hubiera quedado en la bella Calw, pero Calw no me ha sido destinada”, una imagen que pervive a través del viaje por la metrópolis moderna.

Como primera consideración en esta nueva valoración del paisaje, deberíamos en nuestro territorio abandonar la idea de tabla rasa a la hora de ampliar los territorios urbanos, y en cambio aproximarnos a conceptos como el de construir sobre lo construido, aprovechando para la nueva ciudad aquello que el esfuerzo colectivo ha ido trasformando lentamente a lo largo de siglos. Por ello es importante el conocer nuestro patrimonio rural, saber mirar nuestro paisaje. Intervenciones de este tipo harían mas legibles, mas diferenciados, mas nuestras esas nuevas metrópolis valencianas, de manera que abandonáramos esos tejidos  que aún hoy configuran la periferia anodina y vulgar de nuestros pueblos y ciudades.

Otras lecturas han aprovechado con fecundidad todas la posibilidades que ofrece una cultura con unas formas y manifestaciones tan ricas como las que nos ofrece el mundo rural y que estamos desaprovechando e ignorando desde una posición que no se puede mas que calificar de inculta y miope. Encontramos en muy distintas facetas de las artes, autores que se han  aprovechado esta cultura y estas formas, desde la música a la pintura hay muchos ejemplos a lo largo de la historia, y como hemos podido ver ha sido desde la observación del paisaje, desde lecturas personales y fecundas, desde donde se han gestado las bases de la modernidad.

En arquitectura por ejemplo, por ser un campo personalmente mas conocido, podemos ver como diversos autores han sabido volver la mirada desde la modernidad hacia lo rural en momentos de crisis. Podemos fijarnos en experimentalistas como G. Asplund, A. Aalto, J. Utzon, los cuales ofrecen en determinados proyectos lecturas de particular lirismo tras los cuales hay una preocupación por el paisaje rural, por su arquitectura y en suma por la cultura que se da en torno a lo rural; en parte basada en sus conocimientos de campo sobre estas manifestaciones culturales, pero también de manera indirecta, con las interpretaciones personales que hacen desde la literatura o desde la pintura. No olvidemos el interés en las lecturas de que muestran Alplund y Lewerentz por lo rural y sus distintas manifestaciones, incluso por las interpretaciones de estos paisajes realizadas por pintores como G. D. Friedrich. Precisamente interpretando las formas de cabañas escandinavas, sus ubicaciones en el claro del bosque, y mas tarde sus representaciones idealizadas en los cuadros de paisaje, como por ejemplo ese dibujo de la cruz en el cementerio próximo a Dresde al que hacia referencia Carl G. Carus, construyen a lo largo del tiempo las formas del proyecto del Cementerio de Estocolmo.

El mismo interés por lo rural, por las manifestaciones de su cultura, por sus formas y materiales, lo podemos encontrar en otro de los pilares básicos de la modernidad como es propio Le Corbusier; la arquitectura de bóvedas, los muros de mampostería, las vinculaciones al paisaje, son temas que encontramos en sus casas unifamiliares, particularmente cuando estas son para sus seres queridos o para sí mismos. Episodios de interés en la relación entre lo rural y la modernidad los podemos ver en los mejores arquitectos españoles: J. Torres, J.L.Sert, J. A. Coderch y por supuesto en A de la Sota, por citar algunos.   

Pero quizás el destino de nuestros paisajes sea mas dramático y sea necesaria una catarsis para poder reiniciar una nueva relación de la metrópolis con el paisaje, como comenta J. Luis de las Rivas a partir del estudio que hace sobre la obra de John Brikerhoff  uno de los mas influyentes arquitectos del paisaje de los EE UU. Su lectura nos lleva a entender que no es posible  conservar un paisaje armonioso sino que considera, de la misma manera que ha ocurrido en nuestras ciudades, que es necesario pasar por el caos y el abandono, por la pérdida de la vida y llegar hasta la muerte para renacer de nuevo, obligando a que el viejo orden desparezca para que renacer el paisaje. “La vieja granja debe hundirse antes que podamos restaurarla y liderara un nuevo estilo de vida alternativo en el campo; el paisaje debe ser saqueado y despojado antes que podamos restaurar el ecosistema natural; el barrio tiene que ser un ”slum” antes de que podamos descubrirlo y elitizarlo: Así es como reproducimos el esquema cósmico y la historia correcta” (6)

La pregunta en este caso seria saber si nuestra ruina rural está suficientemente asentada o debemos esperar a cumplir la profecía cuando ya no queden huellas que proteger.

1.- Dilucidaciones , Modernidad y Arquitectura. Francesco dal Co. Barcelona 1982
2.- “La Ley de la Tierra”. Luis Fernández Galiano. Articulo en El Pais 12-05-2001
3.- Javier Arnaldo pone en boca de Carl G Carus en la Introducción al Libro cartas y anotaciones sobre la pintura de Paisaje de C G Carus, Madrid 1992
4.- Libro cartas y anotaciones sobre la pintura de Paisaje op Cit., Madrid 1992
5.- Infancia en Tacna. Hermann Hess, 1918
6.- The Necessity for Ruins and Other Topics.  De John Brinkerhoff Jackson. University of Massachussetts, 1980